Foro Solar 2021

Natalia Fabra participó en el Foro Solar organizado por UNEF, en una mesa redonda bajo el título:  “La aportación de la fotovoltaica a la reducción de los precios eléctricos”. Durante la discusión se trataron varias preguntas, entre ellas:
  • ¿En la coyuntura actual siguen siendo necesarias las subastas? ¿Es necesaria una nueva subasta de fotovoltaica urgente para conseguir bajar los precios en el medio plazo?
  • ¿Subastas, PPAs o mercado? ¿Cuál es la mejor alternativa para conseguir que los consumidores reciban un precio más bajo?
  • ¿La última reforma del mercado (RDL 17/2021) puede suponer un freno al desarrollo de los PPA en España? En caso afirmativo,  ¿Qué se necesitaría para reactivar la firma de PPAs?
  • ¿Qué reformas debería de tener el mercado eléctrico para conseguir que internalice los precios bajos de la fotovoltaica y al mismo tiempo de estabilidad a los inversores?

Mucho más que el precio de la energía

La escasez de gas en los mercados internacionales está provocando fuertes subidas en su precio, lo que a su vez ha arrastrado al alza los precios de la electricidad. Pero el precio del gas no tiene toda la culpa. El problema se ha agravado por el diseño de los mercados eléctricos, en los que toda la electricidad se paga al precio de la tecnología más cara, y que en estos momentos es el gas. Ello está provocando fuertes transferencias de rentas de los consumidores a las empresas eléctricas, que ven multiplicarse sus precios sin que sus costes hayan apenas aumentado. Sólo una pequeña parte de la generación eléctrica consume gas, y una buena parte de ella lo hace a través de contratos a largo plazo, cuyos precios son muy inferiores a las cotizaciones actuales del gas en los mercados al contado.

Es difícil exagerar las consecuencias económicas y sociales del encarecimiento de la energía. En la memoria colectiva está la crisis del petróleo de los años 70, que llevó a una inflación de dos dígitos y a una profunda recesión económica. Hoy, el miedo es que no haya suficiente gas en Europa para capear el invierno y que, ante una oferta de gas rígida en el corto plazo, los ajustes de mercado se hagan vía reducciones de demanda. Así, la elevación de los precios de la energía encontraría un nuevo equilibrio en el que una parte de la industria – intensiva en el consumo de gas y electricidad – podría quedar descolgada. Esto llevaría al cierre de algunas plantas de producción industrial, como ya se ha visto en el caso del Reino Unido, y a la reducción de la producción de otras, como ya está ocurriendo en la siderurgia, la metalúrgica, o la química en España.

Algunas empresas podrán evitar el cierre trasladando sus mayores costes energéticos a los precios de los bienes y servicios finales, pero ello no hará sino alimentar un proceso inflacionista que también acabará afectando a la inflación subyacente. El poder adquisitivo de las familias se verá mermado, y con ello su capacidad de demandar otros bienes y servicios en sectores que todavía confían en el impulso de la demanda agregada para superar la crisis tras la pandemia. El aumento de los precios de la energía eléctrica podría incluso afectar al cumplimiento de los hitos y objetivos del Plan de Recuperación y Resiliencia a través del canal inflación, al reducir la capacidad adquisitiva de los fondos asignados a cada proyecto de inversión, y al encarecer el proceso de electrificación, que es uno de los vectores del Plan para la transformación verde y digital.

Pero, en este contexto inflacionista, el mayor de los riesgos es que las autoridades monetarias erren en el diagnóstico y reaccionen con subidas en los tipos de interés, lo que no haría sino dificultar la recuperación. No estamos ante una inflación causada por un sobre-calentamiento de la economía, sino por un shock de oferta exógeno – como es la subida de los precios del gas – cuyos efectos se han visto multiplicados por una regulación inadecuada de los mercados eléctricos. Por ello, la verdadera política anti-inflacionista no es una contracción monetaria, sino la adopción de medidas que atajen las causas del encarecimiento de la energía.

Así lo han demandado los ministros de economía y finanzas de España, Francia, Chequia, Grecia, y Rumanía en una reciente declaración conjunta. Piden a Europa la adopción de un enfoque común para revisar el funcionamiento de los mercados del gas y de los derechos de emisión, para establecer directrices comunes para el almacenamiento y compra conjunta de gas, para reformar la regulación eléctrica, y para seguir apostando por la inversión en energías renovables y otros activos bajos en carbón como vía para potenciar la Transición Energética y con ella reducir nuestra dependencia del gas.

En concreto, los ministros firmantes reclaman mejorar la regulación eléctrica para “establecer mejor la relación entre los precios que pagan los consumidores y los costes medios de la producción eléctrica”. Es un reconocimiento explícito de que, efectivamente, las empresas están facturando más por la electricidad de lo que cuesta producirla, a expensas de los consumidores. La pregunta es, ¿cómo conseguir este objetivo? La solución pasa por diseñar unos mercados eléctricos capaces de revelar los verdaderos costes medios de cada tecnología, a diferencia de los mercados actuales que sólo alcanzan a revelar el coste de la generación con gas. Este objetivo ya se está consiguiendo para las nuevas renovables que entran al mercado a través de subastas de contratos a largo plazo, que celebra el regulador en representación de todos los consumidores. Al hacer que las empresas compitan, antes de acometer las inversiones, para determinar el precio de su producción a largo plazo, se consigue que sus precios se estabilicen en torno a sus costes medios, trasladando a los consumidores los menores costes que vienen de la mano de las renovables.

El nudo gordiano de la reforma está en la retribución del parque de generación existente – principalmente, nucleares e hidroeléctricas – porque la imposibilidad de seguir invirtiendo en estas tecnologías dificulta el que la competencia pueda contribuir a la solución del problema. Por ello, para evitar mayores distorsiones, parece inevitable recurrir a una regulación de precios que evite que la sobre-retribución de la que ahora gozan nucleares e hidroeléctricas, amparada en la falta de competencia, sigo poniendo en jaque a la economía.

La pregunta por tanto que se plantea es: ¿a qué precio retribuir la producción de nucleares e hidroeléctricas? ¿Se puede fiar el regulador del precio que proponen las propias empresas eléctricas?  Resulta evidente que no: está en su propio interés el hacer creer al regulador que sus costes son elevados para con ello obtener una retribución más favorable. La única vía fiable para superar la información asimétrica que acecha al regulador es llevar a cabo una auditoría regulatoria que revele cuáles son sus costes variables, y qué parte de sus costes fijos no han sido todavía recuperados a través de los diversos pagos regulados y beneficios de mercado que han recibido durante décadas. Sólo con esa información contrastada se podrá establecer un precio para la generación nuclear e hidroeléctrica que les aporte una rentabilidad razonable, a la vez que estable, cuestión esta última para ellas no baladí si se tiene en cuenta que la expansión de las renovables hará deprimir los precios del mercado mayorista en pocos años. Mantener instituciones que generan desequilibrios tan fuertes como el que en estos momentos está generando el mercado eléctrico, simplemente no es sostenible. De una reforma capaz de “establecer mejor la relación entre los precios que pagan los consumidores y los costes medios de la producción eléctrica”, todos saldremos ganando.

Europa – con el empuje de España – debería de encabezar esta reflexión desde la perspectiva regulatoria, alineando la revisión del Mercado Único de la Energía con los objetivos del Pacto Verde Europeo y la urgencia de consolidar una recuperación sostenida, equilibrada y medioambientalmente sostenible, que reparta sus beneficios de forma equitativa en la sociedad. Esta revisión de los mecanismos regulatorios permitiría además acometer la Transición Energética al menor coste para la sociedad, facilitando el que los ciudadanos perciban sus beneficios como condición necesaria para el apoyo social que este profundo cambio necesita. Y si Europa no lo hace, serán los Estados Miembros quienes lo hagan, por su cuenta. Pero entonces se habrá perdido la esencia del proyecto europeo, poniendo en peligro su propia continuidad. En juego está mucho más que el precio de la energía.

 

Este artículo fue publicado en eldiario.es el 9 de Octubre de 2021

New Team Member: Stefan Lamp

We are happy to have a new team member with us! Stefan Lamp has just joined EnergyEcolab from the Toulouse School of Economics, where he previously worked as a post-doc researcher. Stefan plans to start new projects on energy and environmental economics and to consolidate his research agenda focusing on the ongoing transition from fossil fuels to renewable energy sources. Stefan’s work can be broadly divided in two main areas: first, the analysis of climate change policies targeted at the deployment of RES and second, studying demand for residential solar photovoltaic (PV) installations.

His full research and CV can be found at https://sites.google.com/site/stefanlamp/

Welcome Stefan!

Special Issue of SERIEs

Natalia Fabra and Xavier Labandeira have edited a Special Issue of SERIES on “The Economics of the Energy Transition” (see here).

The Energy Transition is underway. An increasing number of countries—with Europe, and now the USA, leading the way—have committed to drastically reducing their emissions during the coming decades. The European Green Deal, that was announced in Madrid in December 2019 just before the COVID-19 hit our economies, was the first of a series of commitments to reach carbon neutrality no later than 2050. The European Recovery and Resilience Plan, with its green and digital conditionality, has backed this ambition by providing funds which will accelerate the achievement of this goal. All sectors of the economy—with no exception—will be impacted by this challenge: power, transportation, construction or agriculture, to name just a few, will go through profound structural changes which will bring in opportunities, but also risks and challenges. Likewise, the Energy Transition will have deep socio-economic implications, which will broadly depend on the set of regulatory and tax policies that will be put in place. This Special issue was meant to cover the variety of topics that arise in this context.

This Special Issue starts with the paper by Luis Puch, Gustavo Marrero, Josué Barrera and Antonia Díaz, which is very much at the heart of the topics that motivated our call: What has been the path toward the green transition in Europe so far? In particular, how has this transition differed across countries and why? To answer these questions, the authors use data from sixteen western European countries for a forty-year period (1980–2019). As their main conclusion, they report a strong relationship between economic activity and carbon emissions in economies where economic booms depend on energy-intensive sectors. Puch et al. further strengthen the key role that renewable energy technologies play in mitigating the adverse effects from energy intensity rebounds. This is a very timely paper as it can provide light on the recovery challenge.

The paper by Darío Serrano-Puente also provides empirical evidence on the transition to decarbonization in Europe, with a specific focus on the Spanish situation in EU terms. In particular, the article uses a decomposition method to assign the responsibility of primary energy requirements (related to carbon dioxide emissions) to end-use sectors within the Spanish economy. Darío reports that energy efficiency has been improving in Spain since the great recession, even though some of the gains have been offset by an inefficient use of the installed energy equipment. Although Spain is improving in this area at a greater pace than the EU average, Darío stresses that “there is much to be done” due to the large increase in emissions that took place before 2007.

Energy efficiency is indeed crucial for a successful transition to a decarbonized society, and this is also the departing point of the paper by Carmen Arguedas and Sandra Rosseau. They approach it by exploring the relationship between public policies aimed at improving energy efficiency and firms’ strategies (e.g., regarding product design). Their analysis stresses the pivotal role that consumers can play in promoting environmental improvements at the firm level. In particular, Carmen and Sandra emphasize the importance of the interactions between direct and indirect actions by the regulator and the environmental awareness of consumers under different market structures.

Ángela García-Alaminos and Santiago Rubio provide another theoretical inquiry on the optimal policy mix to deal with a monopoly that produces a good with a polluting input and a clean technology. The authors show that the efficient solution can be achieved by combining a tax on emissions, which is lower than the value of environmental damages, plus a subsidy on the clean output. The second-best tax, which in certain cases should be set at the Pigouvian level, and the second best subsidy, are found by solving a two-stage policy game between the regulator and the monopoly firm.

Finally, Georg Zoettl deals with an increasingly popular policy instrument to promote climate mitigation: cap and trade for CO2 emissions. He argues that one of the reasons for such popularity is the possibility to allocate free carbon permits to emitters—so-called, grandfathering—in order to mitigate their cost burden, particularly in sectors exposed to international competition. Yet, unlike most existing analyses, Georg considers free permit allocations that are not lump-sum but contingent on firms’ actions (e.g., regarding entry and exit). Although some papers have analyzed the output distortions brought about by grandfathering, Georg focuses on its effects on the incentives to invest in different electricity generation technologies. His papers thus sheds light on how to better design cap and trade systems in this context.

La cuestión eléctrica

El pasado 22 de septiembre, Natalia Fabra inauguró una nueva edición del ciclo “Diálogos en tiempo de pandemia” de la Universidad de Vigo.

Puedes ver su presentación aquí.

El vídeo está disponible aquí y la ronda de pregunta aquí.

En el siguiente link puedes ver la noticia relativa a la charla.

High energy prices: Should we be concerned about the Energy Transition?

Decarbonisation requires making fossil energy more expensive – that’s the whole purpose of carbon pricing. Well, here we have expensive gas & oil! Will this help the energy transition?

The answer is highly unclear. On the one hand, higher energy prices promote efficiency. On the other, it is now harder to add more price pressure to consumer bills. Furthermore, gas prices have pushed electricity prices up, so the relative price of low- carbon energy has not improved. Indeed, Higher electricity prices bring no good news for the environment as the Green Deal relies on electrification to decarbonize polluting sectors of the economy. They will delay very much needed investments in electric mobility, electric heat pumps, green hydrogen….

But, why is electricity becoming more expensive if only a small fraction of it is produced with gas? Or, why have electricity prices gone up much faster than costs, leading to huge transfers from consumers to electricity firms? It is these transfers, and not only the increase in gas prices, what is truly making electricity prohibitively expensive. By pegging electricity prices to gas prices, this market design is stopping the relative price of electricity from going down.

Carbon pricing has played a key role in power markets but inducing coal-to-gas switching. This is very clear in countries such as UK or Spain, where coal is almost out of the market…So, why are we seen coal back on track? Because despite the increase in carbon prices, gas prices have increased faster: in Europe, it is now cheaper to burn coal than to burn gas. The conclusion would then be: carbon prices should be even higher…but is there not a vicious circle by which higher coal prices trigger higher gas demand, which pushes gas prices up, bringing coal back?

Increasing carbon prices is certainly not innocuous. In the power sector, higher carbon prices are passed on to final prices. The increase is not proportional to the carbon content of electricity but to the emission rate of gas plants. Electricity consumers pay for carbon as if the carbon content of electricity was 3 times higher! Another consequence of this is that investments in renewables reduce the carbon content of electricity and yet (as long as gas remains the price-setting technology) consumers end up paying the same. If consumers do not benefit from low-carbon investments, support for the energy transition will be unlikely. Higher carbon prices also lead to higher rents for the non-emitting technologies. In some cases, these are pure transfers with no incentive effects: it is difficult (if not impossible) to increase nuclear and hydro capacity regardless of their high rents.

Will today’s high electricity prices push renewable investments, leading both to carbon abatement as well as to low electricity prices? Are these prices the pain we have to suffer to eventually reach carbon-free electricity? That is not clear… Investors care about future prices, not current prices, and they are aware that renewables will depress future electricity prices regardless how high prices are today. Furthermore, it is still under discussion whether it is optimal to expose renewables to wholesale price volatility, given that their costs are mostly fixed. Uncertainty over future prices (which are uncorrelated to their costs) increases capital costs and delaying investments, which will ultimately lead to higher prices for consumers.

Renewable auctions for long-term contracts have proved to be effective in fostering investments at low (and stable) prices. The recent renewable auction in Spain cleared at record lows (25€/MWh), 8 times lower than current spot prices. If these auctions are run by the regulator on behalf of consumers, these lower prices will benefit us all.

In sum, we do not have a problem with carbon pricing, but rather on how electricity market design translates it into higher prices to both clean and dirty electricity, to both contestable or non-contestable technologies. Furthermore, asymmetric taxation across energies is penalizing electricity viz à viz dirtier fuels. We pay a carbon price on electricity as if it was all produced with gas, while the carbon content of gas is carbon free-taxed. Who will replace their gas boiler with an efficient electric heat pump?

This calls for a policy that broadens carbon pricing to non-ETS sectors, puts in place targeted compensation mechanisms to avoid adverse distributional implications, and rethinks electricity market design so that we pay for the carbon content of electricity and no more.

These words have been extracted from Natalia Fabra’s discussion at the invited panel on “European & International Carbon Markets” of the Conference of the German Economic Association September 2021.

Slides available here.

Stefan Lamp, our new EnergyEcoLab member, presented also his work “Energy Tax Exemptions and Industrial Production” at this Conference. The slides can be found in this link.